jueves, 20 de agosto de 2015

Una joya literaria.

En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas, detenidas desde casi siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo.
Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás.
Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo.
Casi todo el mundo, pobre iluso, cree que vive.
Solo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por eso te amo, reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo.

Giovanni Papini.

domingo, 16 de agosto de 2015

Bufón

No volvió a ser el mismo. Digamos que todo lo que erguía y guiaba su vida se desmoronó. Cuán fácil es perder el camino, perder la ambición de la vida, perderse. Perder. Perder. Perder. Perdedor. Palabras que rebotaban en las paredes de su cerebro, palabras  que ya, hoy por hoy, eran absolutamente lo único que tenía en su mente. Perdió a quien mas quería, y esa ausencia le hizo esclavo de una cárcel. Por lo menos no estaba solo en la celda. El miedo y la tristeza se hicieron íntimos en su interior forjando una personalidad peligrosamente magnífica dando como fruto una insaciable sed de dolor. Quería causar dolor, quería que todos y cada uno de los seres humanos de este universo sintiesen el dolor que él había sentido.

Quizás un trauma infantil, una mala experiencia en su más temprana infancia lo llevó a escoger ese nombre, esa carta, ese símbolo. Se sentía bufón del dolor. Sabía, que a la inversa del mundo, él no iba a ser un bufon que sacase la sonrisa. Él quería sacar el dolor. Su vida cambió de perspectiva, el placer cambió de bando. Ahora el placer lo hayaba en el sufrimiento, en el llanto.

Víctor Vaquero Carayol. 2015.

Reflexiones entre humo.

Follar. La gran meta de todo adolescente, convirtiéndose así en camaleones, que se camuflan de un color, de tú color, para poder llegar a ti adaptando una apariencia falsa con el fin de acabar con alguien en la cama. Pero joder, a quién no le gusta un buen polvo. La tensión de no saber si esa otra persona también quiere llevarte a su cama o no, las típicas conversaciones un tanto estúpidas para ir rompiendo el hielo, miradas seductoras, sonrisas que esconden un fin sexual, señales directas como morderse el labio, acercamientos indiscretos para ir ganando terreno, para acabar con ese beso, el beso que hace que todo empiece. Preliminares; tu cuerpo reacciona y te transformas. Como un hombre lobo a medianoche, sacas tu lado más salvaje. Vuestros cuerpos se fusionan haciéndose uno solo, con movimientos constantes y rítmicos, con diferentes posiciones, pero siempre al mismo compás, al son de una música in crescendo. Te falta el aire. Una ola de placer te recorre el cuerpo. Y llegas al deseado orgasmo. 
Pero... Esto puede conllevar demasiado esfuerzo para pocos segundos de gozo personal. Igual deberíamos buscar otro tipo de orgasmos, como encontrar a alguien que sea él mismo, sin tener que fingir una identidad con el fin de llegar a algo. Igual tener una conversación sincera con alguien y tener una conexión mental también da puro placer, quizá a eso también se le pueda llamar un verdadero orgasmo, quizá eso llene más, mucho más, quizá...
Silvia.

Los orígenes

Muchas personas me preguntáis que por qué Calipso. Los que habéis leído mis pequeños relatos, sabréis que en casi todos tengo un tono oscuro, triste y melancólico, es mi estilo. Y, cómo no, este apodo no viene a ser menos.
En la mitología griega se cuenta la historia de la ninfa Calipso, que fue desterrada a la isla de Ogigia. Cada milenio, los dioses la enviaban un navío con un héroe, del cual Calipso se enamoraría, pero luego el destino le obligaría a marcharse. Así fue como Odiseo al llegar a Ogigia fue cuidado por la ninfa, que le daba manjares y le hospedó en su cueva, pero tras 7 años, Odiseo quiere volver con su amada esposa de nuevo, Penélope. Calipso le ayuda a construir un bote para que su amado se marche. Y así, Calipso se muere de pena. 
Me encanta la historia porque es muy "yo". Pero eh, tengo mi propio final alternativo. No existe solo esa Calipso. Los que hayáis visto piratas del caribe sabréis quién es Davy Jones, el capitán del Holandés Errante, que se enamora de la Diosa de los siete mares, Calypso. Y es tal su dolor por no poder estar con ella, que se arranca el corazón y lo mete en un cofre, la maldición que conlleva eso es que Jones debe pasar toda su eternidad surcando los mares recogiendo las almas muertas que vagan por los mares del planeta. 
Un amor incondicional es el que mueve esta historia, al contrario que la anterior. 

Con esto quiero decir que toda historia tiene un final alternativo, y que no hay que aferrarse a algo trágico basándote en experiencias vividas, porque nunca se sabe lo que puede pasar, quizá mas allá de lo que vemos haya alguien que este dispuesto a ofrecernos su corazón en un cofre.

La constancia, el amor y la confianza en ti mismo mueve montañas, "never give up" 
Silvia.